domingo, 11 de septiembre de 2016

«VALS POÉTICO»... Música clásica de Felipe Villanueva, un artista mexicano genial.

Felipe de Jesús Villanueva Gutiérrez, (Tecámac, Estado de México, 5 de febrero de 1862 — México D.F., 28 de mayo de 1893), fue un violinista, pianista y compositor de los más conocidos del tiempo del romanticismo musical mexicano, época que floreció durante el periodo histórico conocido en México como el porfiriato. Su obra más famosa es el «VALS POÉTICO» y es la pieza que les invito a escuchar esta semana.

Hay música que marca una época, y cuya sola audición evoca imágenes y anécdotas. El vals es una de las manifestaciones musicales que marcó una época y se cultivó y disfrutó entre los diferentes segmentos sociales y culturales de México en el transcurrir del siglo XIX, y la primera década del siguiente. La mayoría de las obras destacadas de la época son de origen centro-europeo y algunas surgen producto de compositores mexicanos o residentes. Destacados creadores se interesaron por el género aportando obras que se singularizaron por el caudal de sentimientos expresados con notas musicales, cadencia, línea melódica y el oficio de la composición. Los creadores encontraron en el vals una manera de expresarse generando una lista de obras, compositores que representan una vertiente de la espina dorsal del arte sonoro mexicano.

El «VALS POÉTICO» es una de esas afortunadas piezas que reflejan fielmente el gusto —y el alcance musical, en este caso— de una generación. Su autor, Felipe Villanueva, es, hay que decirlo, un compositor que reserva aún mejores juicios. Se dice que esta obra de Felipe Villanueva, es el alma indígena del vals mexicano que impactó de manera determinante la música del siglo XIX. Villanueva fue un excelente ejecutante del piano y del violín. Fue pedagogo y compositor, que a los diez años de edad creo la cantata: “Retrato del Benemérito cura Hidalgo” para piano y voces, estrenándola el 15 de septiembre de 1872 en la escuela de su terruño natal, los profesores Hermenegildo Pineda -armonía-, Carmen Villanueva -órgano-, Luis Villanueva -violín- y su señora madre Francisca Gutiérrez, mandaron a Felipe a estudiar en 1875, a la Escuela Lancartesiana y al Conservatorio Nacional en la antigua “Región más transparente”. Cuando cumplió 13 años el originario de Tecámac, dio vida a la mazurca “El último adiós”, una pieza que conquistó a los conocedores que aplaudieron la muestra del talento precoz. Pero, si su labor como compositor es apreciable, su influencia como orientador evolucionista no lo es menor, en la enseñanza de piano introdujo las obras de J. S Bach y por afinidad de temperamento también utilizó las de F. Chopin con predilección. Tocó el violín, dando la catedra respectiva en la Academia Campa y Acevedo.

En 1891, vino a tocar a México un compositor francés de fama y estatura: Eugène D’Albert. Después de interpretar la primera mazurka de Villanueva, aseguró que la obra estaba escrita con pasión y elegancia, y sentenció: “Villanueva es el artista más genial que he conocido en América”. Felipe Villanueva fue el primer compositor en México que hizo del piano el instrumento más rico en sus posibilidades tímbricas. Quizá por eso había introducido en su enseñanza música de Bach y de Chopin.

En plena fama, el compositor murió el 28 de mayo de 1893, a los 31 años de edad. Pero la suya fue una muerte prevista. Se afirma que murió de pulmonía fulminante. Sin embargo, un mes antes de su deceso, cuando nadie hubiera adivinado lo que sobrevendría, él mismo se dirigió a Tecámac para despedirse de los suyos. Justamente compuso allí, en ese viaje, sus dos postreras piezas: Recuerdo y Vals. Se menciona este último mes de su existencia como de un periodo patético, en que el artista perdió el interés por las cosas mundanas y vivió inmerso en una extraña melancolía.

Desapareció así Felpe Villanueva, con un largo proyecto por delante pero con una producción de alrededor de medio centenar de obras, entre las que figuran desde motetes hasta óperas, gavotas y zarzuelas; desapareció así quien había capturado en una pieza de nombre «VALS PÒÉTICO», el espíritu del México anterior a la Revolución.



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